Esta arquitectura se inscribe con silenciosa contundencia en el paisaje vitivinícola mendocino. Un prisma horizontal de líneas puras se posa sobre el viñedo dialogando con la vastedad de la Cordillera de los Andes.
El volumen es de hormigón pigmentado y piedra local. La arquitectura se vuelve umbral: entre interior y exterior, entre lo construido y lo natural. El habitar aquí se entiende como una forma de contemplación activa, donde el cuerpo y el espíritu encuentran un ritmo que acompasa el ciclo de la naturaleza, el silencio de la montaña y la luz cambiante del día.
Es un habitar que privilegia la introspección y la conciencia. Que restituye valor al tiempo lento, al vacío, al silencio. Es una obra de geometría austera pero profundamente cargada de sentido: intenta desaparecer y al mismo tiempo ,marca una presencia. Un refugio que no irrumpe, sino que se integra, como si siempre hubiera estado allí.