Esta tiny house se posa con solidez sobre el paisaje de montaña, como una roca más. El gesto es sobrio y a la vez profundamente expresivo: un prisma de hormigón visto, austero y tectónico, que se ancla al terreno y dialoga con el entorno desde la honestidad material.
La fachada principal, ciega y monolítica. La fachada Oeste se abre a la Cordillera de Los Andes, dejando que la vegetación nativa —gramíneas, rocas y arbustos autóctonos— tomen protagonismo y diluyen los límites entre lo construido y lo natural.
La entrada, protegida y sobria, sugiere un umbral hacia lo íntimo, lo esencial en una escala humana tangible. El conjunto logra una integración precisa con la naturaleza circundante. La acumulación de piedras de gran tamaño no es solo una solución de contención o protección: es una estrategia poética que enraiza la arquitectura al suelo y la vuelve parte del territorio.
La tiny house no impone, acompaña. Es refugio y mirador. Materia que se transforma en arquitectura para la contemplación.