Como una villa palladiana en la montaña, la volumetría se ordena sobre ejes ordenadores. Frente al inmenso paisaje, se desarrolla una arquitectura sobria, de proporciones precisas y lenguaje esencial.
Piedra, madera y revoque teñido en tonos tierra materializan una volumetría ordenada bajo preceptos de la arquitectura palladiana.
Implantada en el corazón del viñedo, su eje central enmarca el ritual del habitar: atravesar el umbral, ser acogido por un espacio elevado, mirar hacia la cordillera.
En su gesto de contención y apertura, recoge algo de lo sagrado. La casa no es un objeto en el paisaje, sino una respuesta a él.